Por Ángel Torres
En los regímenes democráticos, el gobernante para legitimarse, es decir, llegar al poder y establecerse en él, recurre al pueblo. El derecho de mandar, lo asume como el pastor que conduce las ovejas de su rebaño, se trata de una pirámide invertida en donde las mayorías lo habilitan, un ejercicio donde muchos eligen a pocos. Esta forma de representación lo transforma o muestra como es en realidad; hace que se admita como un ser omnipresente, omnipotente y omnisciente, su hambre de poder sobresale, evidencia que el objetivo inmoral de su carrera política está ligada a los complejos y no a la vocación de servicio.

El político prefiere engañar a los votantes antes que imprimirles sinceridad, la mentira suma y la verdad resta; usa al pueblo como herramienta frágil, manipulable, endeble, incapaz de detectar su falsa filantropía, solo importa su objetivo primordial, ganar elecciones a como dé lugar. Para el político, el pueblo es, esa enorme e informe masa de seres que en su mayor parte no llegan nunca a adquirir conciencia de su propia existencia, por tanto, se afirma como ungido para dirigirlos, ordenarlos y amoldarlos, en su arrogancia posa de ingeniero social acomodándose en el pedestal. Se cree Dios todopoderoso.Este ingeniero social utiliza las crisis de los pueblos para sacar provecho, se lucra de las dificultades. Lo vivimos en pandemia, cuando en lugar de promover consenso y búsqueda del bien común, atizaba la llama de los problemas, conformando grupos de agresores, algunos terroristas como la primera línea, para incendiar y promover comportamientos violentos sobre un sector de la población a los que denomina opresores.
Su principal herramienta es el populismo como ejercicio democrático, recurre al engaño, manipula las emociones de los votantes con promesas que jamás cumplirá; como en la presidencia de Colombia, cuando se prometió un tren elevado entre Buenaventura y Barranquilla; como en la alcaldía de Sincelejo cuando se propuso inaplicar el catastro desde el primer día de gobierno. Son mitómanos por naturaleza, poco espirituales, muy alejados de Dios.
Podemos rescatar algunos políticos con verdadera vocación social, aquellos que no prometen imposibles, actúan con humildad, su principal fortaleza es la fe y el temor de Dios. Tienen principios, reglas, actúan con moralidad política, son hombres y mujeres fuertes que se resisten a la seducción de la grandilocuencia con la que se juega con la humanidad, el hombre y sus posibilidades.Líderes que a través de la historia levantan y guían a sus pueblos por el camino de la prosperidad y la libertad.

Utiliza tu sentido común para diferenciarlos, por un lado, están los políticos que prefieren decirte una verdad incómoda que una mentira conformable, proponen fortalecer la nación en el marco de la moralidad y las buenas costumbres. Por otra parte, se agrupan quienes optan por el populismo para mentir sin escrúpulos, posan de ingenieros sociales y ven al pueblo como una masa inerte fácil de manipular.
¿Qué político prefieres? El encantador de serpientes que distrae y atrae o el frentero que nos estrella con la verdad. Piensa bien. La respuesta medirá tu grado de esclavitud

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